martes, 11 de mayo de 2010

NARRACIONES LITERARIAS

APRECIADOS ESTUDIANTES A CONTINUACIÒN ENCONTRARAN UNAS MUESTRAS DE LITERATURA VENEZOLANA: POESIA, CUENTOS, LEYENDAS, ESPERO LAS DISFRUTEN Y COMPRENDAN YA QUE ES MATERIA PARA LA PRUEBA DE NUESTRA PROXIMA CLASE.

POESIA VENEZOLANA

POESIA VENEZOLANA
La poesía venezolana repite la historia de muchas otras naciones sudamericanas, al surgir como el fruto de la literatura indígena y de la literatura colonial. Estas dos tradiciones, la de los pueblos autóctonos y la de los españoles, se combinaron en el desarrollo de la producción poética venezolana.

Andrés de Jesús María y José Bello López (1781-1865), conocido simplemente como Andrés Bello, es considerado como uno de los primeros poetas que propuso la creación de una lírica latinoamericana. Además de poeta, fue educador, filólogo, jurista y dirigente político. A lo largo de su vida, residió por muchos años en Londres y en Santiago, e incluso recibió la nacionalidad chilena.

El periodo del romanticismo encontró en Venezuela a exponentes como Fermín Toro (1806-1865), Juan Vicente González (1810-1866) y Juan Antonio Pérez Bonalde (1846-1892), siendo éste último mencionado como uno de los precursores del modernismo. Andrés Mata (1870-1931), por su parte, es otro de los autores que se ubican entre la frontera del romanticismo y el modernismo.

Dando un salto temporal podemos llegar al siglo XX, donde surgió la gran figura de Arturo Uslar Pietri (1906-2001). Frecuentemente nombrado entre los intelectuales venezolanos más importantes de su época, fue escritor, periodista, político, abogado y productor de televisión. Su brillante trayectoria, con libros de poesía como “El hombre que voy siendo” y “Manoa: 1932-1972″, le permitió obtener diversas distinciones: Premio Nacional de Literatura, Premio Príncipe de Asturias de las Letras, Premio Rómulo Gallegos, Gran Cruz de la Legión de Honor en Francia y otros. Andrés Eloy Blanco (1897-1955) y José Antonio Ramos Sucre (1890-1930) son otros de los autores más reconocidos de este periodo.

Por último, podemos mencionar a dos grandes poetas que fallecieron recientemente: Adriano González León (1931 – 12 de enero de 2008) y Eugenio Montejo (1938 – 5 de junio de 2008).

POEMAS DE ANDRES ELOY BLANCO

Silencio

Cuando tú te quedes muda,
cuando yo me quede ciego,
nos quedarán las manos
y el silencio.

Cuando tú te pongas vieja,
cuando yo me ponga viejo,
nos quedarán los labios
y el silencio.

Cuando tú te quedes muerta,
cuando yo me quede muerto,
tendrán que enterrarnos juntos
y en silencio;

y cuando tú resucites,
cuando yo viva de nuevo,
nos volveremos a amar
en silencio;

y cuando todo se acabe
por siempre en el universo,
será un silencio de amor
el silencio.


Andrés Eloy Blanco (1896-1955).

Poeta, cuentista, dramaturgo, periodista, biógrafo, orador y ensayista venezolano. Destacó en la poesía con una luz muy especial, lejano a las concepciones de sus contemporáneos. Siempre atento a la voz de la gente, de la calle, que halló reflejo en su versos. En el cuento, especialmente en "La gloria de Mamporal", criticó las famas pueblerinas; como dramaturgo, se asomó en la mejor de sus piezas, "Abigail" (1942), a las lecciones bíblicas; como periodista fue uno de los más afamados columnistas de la prensa venezolana; como biógrafo, se ocupó del gran presidente de la República, José María Vargas, en "Vargas, albacea de la angustia" (1946); como ensayista político, se destacó especialmente en su "Navegación de altura" (1941).

Extraordinario orador político y literario, cautivó a las multitudes venezolanas de los años treinta y cuarenta. Y lo siguió haciendo hasta su muerte en el exilio. Su última intervención pública, a horas del deceso, fue un discurso, en el cual llamó a lo mejor del espíritu venezolano a seguir viviendo. Como poeta gozó con sus poemas de una popularidad que tal vez sólo tuvieron Abigail Lozano (1821-1866) durante el siglo XIX, Andrés Mata (1870-1931) a principios del presente, Aquiles Nazoa (1920-1976) a partir de los años cincuenta o Víctor Valera Mora (1935-1984) en los últimos tiempos. Pocos de los creadores con el verso han logrado tan alta estimación pública, cosa que se pone de manifiesto con los textos que él recogió en su libro "Poda". Su obra contiene un registro muy amplio: toca lo personal, como en "El alma inquieta"; lo geográfico y lo telúrico ("El río de las siete estrellas"); se hace eco de las tradiciones ("El limonero del Señor"); es juguetón ("El conejo blanco" o "El gato verde"); suyos son romances sobre tradiciones, como el de "La loca luz Caraballo"; la transida emoción filial le lleva a concebir el que muchos consideran su mejor poema: "A un año de tu luz" o dejar escrito el viril testamento en su "Canto a los hijos".

POEMAS DE ANDRES ELOY BLANCO

PINTAME ANGELITOS NEGROS
Andrés Eloy Blanco
¡Ah mundo! La negra Juana,
¡la mano se le pasó!
Se le murió su negrito,
sí, señor.

- ¡Ay compadrito del alma,
tan sano que estaba el negro!
Yo no el acataba el pliegue,
yo no le miraba el hueso;
como yo me enflaquecía,
lo medía con mi cuerpo,
se me iba poniendo flaco,
como yo me iba poniendo.
Se me murió mi negrito;
Dios lo tendría dispuesto;
ya lo tendrá colocao
como angelito del cielo..

Desengáñese, comadre,
que no hay angelitos negros.

Pintor de santos de alcoba,
pintor sin tierra en el pecho,
que cuando pintas tus santos
no te acuerdas de tu pueblo;
que cuando pintas tus vírgenes
pintas angelitos bellos,
pero nunca te acordaste
de pintar un ángel negro.

Pintor nacido en mi tierra,
con el pincel extranjero;
pintor que sigues el rumbo
de tantos pintores viejos,
aunque la vírgen sea blanca,
píntame angelitos negros.

No hay un pintor que pintara
angelitos de mi pueblo.
Yo quiero angelitos blancos
con angelitos morenos.
Angel de buena familia
no basta para mi cielo.

Si queda un pintor de santos,
si queda un pintor de cielos,
que haga el cielo de mi tierra
con los tonos de mi pueblo,
con su ángel de perla fina,
con su ángel de medio pelo,
con sus ángeles catires,
con sus angelitos blancos,
con sus ángeles morenos,
con sus angelitos indios,
con sus angelitos negros,
que vayan comiendo mango
por las barriadas del cielo.

Si al cielo voy algún día,
tengo que hallarte en el cielo,
angelitico del diablo,
serafín cucurusero.

Si sabes pintar tu tierra,
así has de pintar tu cielo,
con su sol que tuesta blancos,
con su sol que suda negros,
porque para eso lo tienes
calientito y de los buenos.
Aunque la Vírgen sea blanca,
píntame angelitos negros.

No hay una iglesia de rumbo,
no hay una iglesia de pueblo,
donde hayan dejado entrar
al cuadro angelitos negros.
y entonces, ¿a dónde van,
angelitos de mi pueblo,
zamuritos de Guaribe,
torditos de Barlovento?

Pintor que pintas tu tierra,
si quieres pintar tu cielo,
cuando pintas angelitos
acuérdate de tu pueblo,
y al lado del ángel rubio,
y junto al ángel trigueño,
aunque la Vírgen sea blanca,
píntame angelitos negros.

CUENTO VENEZOLANO TIO TIGRE Y TIO CONEJO. AUTOR ANTONIO ARRAIZ

El pobre tío Tigre estaba echado debajo de una mata de mangos relamiéndose sus pobres patas ya que un Puerco Espín le había lanzado todas sus espinas por todo su pobre cuerpo. Ese Tío Conejo si es mañoso y astuto. Se dio cuenta a tiempo de que lo había engañado ofreciéndole una mano de cambur para comérmelo, y ni corto ni perezoso llamo al tío cachicamo que a su vez era muy amigo del Puerco Espin, y no me dio tiempo ni siquiera de ponerle una garra encima gimiendo todavía por el dolor que le habían producido las heridas de las espinas.
Sin embargo, en ese momento paso un gran zamuro cerca de Tío tigre diciéndole: - Quieres comerte a Tío Conejo, yo te puedo ayudar, pero eso sí, me tienes que dar una parte de los animales que caces para tus comidas. Tío Tigre no muy convencido lo observo, pero al final acepto:- Pero, ¿cómo? ese conejo es muy mañoso. El Zamuro le indico: - Detrás de esa gran sembradía de cambures, y al final de una gran hilera de matas de mangos y lechosas corre un riachuelo, allí se encuentra escondido en el fondo del rió una gran olla, dicen que es la olla de los deseos, y cualquier deseo que pidas se te puede cumplir, incluso atrapar al mañoso de Tío Conejo. Tío Tigre muy entusiasmado se afilo sus grandes garras imaginándose que todo seria muy fácil, y ya se estaría comiendo a tío conejo.
Sin embargo, una iguana lo había escuchado todo, y se fue a donde vivía Tío Conejo. Mira Tío Conejo, Tío Tigre te tiene una trampa, te va comer pero eso si consigue la olla de los deseos. La olla se encuentra en el río que se encuentra cerca de la hilera de matas de mangos y lechosas. – Pues, yo voy a descubrir primero esa olla. A mi no me comen tan fácilmente- Dijo Tío Conejo.
A pesar de que Tío Tigre era muy veloz, Tío Conejo también muy ingenioso, así que le dijo su amigo canela, el caballo que habitaba cerca de su madriguera que lo llevase al río porque ya Tío Tigre llevaba la delantera, explicándole en el camino todo lo referente a la olla. Cuando Tío Conejo ya había llegado al río, Tío Tigre estaba a poco metros de distancia, y este ya había divisado donde estaba la olla.
Sin embargo, debajo de los matorrales se encontraba una mofeta. Tío Conejo la llamo:- Mira, allí esta Tío Tigre, y te voy a decir un secreto, el tiene planeado mudarse para acá para comerse todos los animales que viven por este sector. Tú eres el único que los puedes salvar. Acércate sigilosamente, y lanza tu perfume, y así saldrá corriendo, y no se le ocurrirá venir mas por estas regiones encantadoras- La mofeta, que de solo la idea de pensar que iba ser el bocadillo de ese felino o alguno de sus amigos no pierdo tiempo, y se le acerco a Tío Tigre. _ Hola, Tío Tigre. ¿Qué haces por aquí? -Lanzándole en ese momento a Tío Tigre su delicioso perfume. Y el pobre Tío Tigre cubriéndose de la hediondez del perfume de la mofeta se lanzo al río. En ese momento, Tío Conejo encontró la olla y se la llevo corriendo a su guarida, y pidió a la olla mágica que le trajera siempre zanahorias, y frutas en los tiempos de lluvia, y cómo el era muy generoso lo compartió con todos sus amigos. Y colorin colorado este cuento se ha acabado.

Nota: Antonio Arraíz fue un escritor venezolano autor de los relatos de Tío Tigre y Tío Conejo dirigido al público infantil. Sus relatos son humorísticos y divertidos para niños y grandes.

LEYENDAS INDIGENAS VENEZOLANAS

Leyendas Venezolanas

Las Cinco Águilas Blancas: Según la tradición de los Mirripuyes (tribu de los Andes venezolanos), fue Caribay la primera mujer. Era hija hija del ardiente Zuhé (el Sol) y la pálida Chía (la Luna). Era considerada como el genio de los bosques aromáticos. Imitaba el canto de los pájaros y jugaba con las flores y los árboles.



Una vez Caribay vio volar por el cielo cinco águilas blancas y se enamoró de sus hermosas plumas. Fue entonces tras ellas, atravesando valles y montañas, siguiendo siempre las sombras que las aves dibujaban en el suelo. Llegó al fin a la cima de un risco desde el cual vio como las águilas se perdían en las alturas. Caribay se entristeció e invocó a Chía y al poco tiempo pudo ver otra vez a las cinco hermosas águilas. Mientras las águilas descendíasn a las sierras, Caribay cantaba dulcemente.

Cada una de estas aves descendieron sobre un risco y se quedaron inmóviles. Caribay quería adornarse con esas plumas tan raras y espléndidas y corrió hacia ellas para arrancarselas, pero un frío glacial entumeció sus manos, las águilas estaban congeladas, convertidas en cinco masas enormes de hielo. Entonces Caribay huyó aterrorizada. Poco después la Luna se oscureció y las cinco águilas despertaron furiosas y sacudieron sus alas y la montaña toda se engalanó con su plumaje blanco.

Éste es el origen de las sierras nevadas de Mérida. Las cinco águilas blancas simbolizan los cinco elevados riscos siempre cubiertos de nieve. Las grandes y tempestuosas nevadas son el furiosos despertar de las águiilas, y el silbido del viento es el cano triste y dulce de Caribay.

El Mito de las Cuevas: En todo el territorio venezolano, los indígenas de las diferentes tribus compartían la creencia de que eran las cuevas los pasadizos hacia el más allá. Cuando alguien de la tribu moría, se hacía una especie de ceremonia a la entrada de la caverna. Si no se escuchaba ningún ruido durante el rito, se daba por entendido que el alma del difunto había pasado sin problemas al otro mundo. En cambio, si se escuchaban ruidos se suponía que el espíritu del familiar o amigo muerto estaba siendo enjuiciado y castigado por sus faltas cometidas en esta vida. Muchas veces se escuchaban esos ruidos, debido a los animales que habitan en las cuevas. Es por ésto que los murciélagos y demás animales nocturnos alados eran considerados como los transportadores de las almas.

Guaraira Repano: La ciudad de Caracas está enclavada en un hermoso valle. El Avila es el nombre con que se conoce a la montaña que bordea el Norte de la metrópoli. En tiempos precolombinos recibía el nombre de Guaraira Repano, que significa algo así como: "la ola que vino de lejos" o "la mar hecha tierra". Según los mitos de los indígenas venezolanos, en tiempos antiguos no existía la montaña. Todo era plano, se podía ver hasta el mar. Pero un día las tribus ofendieron a la gran Diosa del mar y ésta quizo acabar con toda el pueblo. Entonces se levantó una gran ola, la más alta que se había visto y toda la gente se arrodilló o e imploró perdón de todo corazón a la Diosa y justo cuando iba a descender la ola sobre ellos, se convirtió en la gran montaña que hoy existe. La Diosa se había apiadado y había perdonado a la tribu.

El dueño del Fuego: Cerca de donde nace el Orinoco vivía el Rey de los caimanes llamado Babá. Su esposa era una rana grandota y juntos, tenían un gran secreto ignorado por los demás animales y los hombres. Estaba guardado en la garganta del caimán Babá. La pareja se metía en una cueva y amenazaban con la pérdida de la vida a quien osara entrar, pues decían que dentro había un dios que todo lo devora y sólo ellos, reyes del agua, podían pasar.

Un día la perdiz, apurada en hacer su nido, entró distraída en la cueva. Buscando pajuelas encontró hojas y orugas chamuscadas, como si el fuego del cielo hubiera estado por ahí. Probó las orugas tostadas y le supieron mejor que cuando las comía crudas. Se fue aleteando a ras del suelo para contarle todo a Tucusito, el colibrí de plumas rojas. Al rato llegó el Pájaro Bobo y entre los tres urdieron un plan para averiguar cómo hacían la rana y el caimán para cocer tan ricas orugas. Bobo se escondió dentro de la caverna aprovechando su obscuro plumaje. La rana soltó las orugas que traía en la boca al tiempo que Babá abría la suya, que era tremenda, dejando salir unas lenguas rojas y brillantes. La pareja comía las orugas sin percatarse de Bobo, tras lo cual, se durmieron satisfechos. Entonces, Bobo salió corriendo para contarles a sus amigos lo que había visto.

Al día siguiente se pusieron a maquinar cómo arrebatarle el fuego al caimán sin quemarse ni ser la comida de los reyes del agua. Tendría que ser cuando éste abriera la tarasca para reír. En la tarde, cuando todos los animales estaban bebiendo y charlando junto al río, Bobo y la perdiz colorada hicieron piruetas haciendo reír a todos, menos a Babá. Bobo tomó una pelota de barro y la aventó dentro de la boca de la rana, que de la risa pasó al atoro. En el momento que el caimán vio los apuros que pasaba la rana, soltó la carcajada. Tucusito, que observaba desde el aire, se lanzó en picada, robando el fuego con la punta de las alas. Elevándose, rozó las ramas secas de un enorme árbol que ardió de inmediato. El Rey caimán exclamó que si bien se habían robado el fuego, otros lo aprovecharían y los otros animales arderían, pero Babá y la rana vivirían como inmortales donde nace el gran río. Dicho esto, se sumergieron en el agua y desaparecieron para siempre.

Las tres aves celebraron el robo del fuego, pero ningún animal supo aprovecharlo. Los hombres que vivían junto al Orinoco se apoderaron de las brasas que ardieron durante muchos días en la sequedad del bosque, aprendieron a cocinar los alimentos y a conversar durante las noches alrededor de las fogatas. Tucusito, el pájaro Bobo y la perdiz colorada se convirtieron en sus animales protectores por haberles regalado el don del fuego.

Dueño de la Luz: En un principio, la gente vivía en la obscuridad y sólo se alumbraba con la candela de los maderos. No existía el día ni la noche. Había un hombre warao con sus dos hijas que se enteró de la existencia de un joven dueño de la luz. Así, llamó a su hija mayor y le ordenó ir hasta donde estaba el dueño de la luz para que se la trajera. Ella tomó su mapire y partió. Pero eran muchos los caminos y el que eligió la llevó a la casa del venado. Lo conoció y se entretuvo jugando con él. Cuando regresó a casa de su padre, no traía la luz; entonces el padre resolvió enviar a la hija menor.

La muchacha tomó el buen camino y tras mucho caminar llegó a la casa del dueño de la luz. Le dijo al joven que ella venía a conocerlo, a estar con él y a obtener la luz para su padre. El dueño de la luz le contestó que le esperaba y ahora que había llegado, vivirían juntos. Con mucho cuidado abrió su torotoro y la luz iluminó sus brazos y sus dientes blancos y el pelo y los ojos negros de la muchacha. Así, ella descubrió la luz y su dueño, después de mostrársela, la guardó.

Todos los días el dueño de la luz la sacaba de su caja para jugar con la muchacha. Pero ella recordó que debía llevarle la luz a su padre y entonces su amigo se la regaló. Le llevó el torotoro al padre, quien lo guindó en uno de los troncos del palafito. Los brillantes rayos iluminaron las aguas, las plantas y el paisaje.

Cuando se supo entre los pueblos del delta del Orinoco que una familia tenía la luz, los warao comenzaron a venir en sus curiaras a conocerla. Tantas y tantas curiaras con más y más gente llegaron, que el palafito ya no podía soportar el peso de tanta gente maravillada con la luz; nadie se marchaba porque la vida era más agradable en la claridad. Y fue que el padre no pudo soportar tanta gente dentro y fuera de su casa que de un fuerte manotazo rompió la caja y la lanzó al cielo. El cuerpo de la luz voló hacia el Este y el torotoro hacia el Oeste. De la luz se hizo el sol y de la caja que la guardaba surgió la luna. De un lado quedó el sol y del otro la luna, pero marchaban muy rápido porque todavía llevaban el impulso que los había lanzado al cielo, los días y las noches eran muy cortos. Entonces el padre le pidió a su hija menor un morrocoy pequeño y cuando el sol estuvo sobre su cabeza se lo lanzó diciéndole que era un regalo y que lo esperara. Desde ese momento, el sol se puso a esperar al morrocoy. Así, al amanecer, el sol iba poco a poco, al mismo paso del morrocoy.

LEYENDA INDIGENA

El Día y La Noche
por Alejo URDANETA
(Leyenda indígena venezolana)
Adaptación literaria de Alejo Urdaneta.

Al principio no había sol ni noche y las cosas no tenían color. Tanto la noche como el día eran patrimonio de dos magos indígenas llamados: “Señor de la Oscura Noche” y “Señor del Sol”. La oscuridad la tenía el “Señor de la Oscura Noche” envuelta en un pañuelo y escondida en una cesta de mimbre. Cuando salía de casa, el “Señor de la Oscura Noche” decía a los indios: “No toquen la cesta, porque si lo hacen desaparecerá la luz y no podrán ver las cosas y se perderán en los caminos”.
Un día el “Señor de la Oscura Noche” salió a pescar y dejó la cesta de la oscuridad en manos de su cuñado para que la cuidase. Le dijo: “Dejo mi cesta a tu cuidado. No andes con ella y no permitas que nadie la toque”.
Cuando se había marchado el “Señor de la Oscura Noche”, el cuñado se dijo: “¿Qué tendrá aquí mi cuñado para que siempre nos esté recomendando que no toquemos su cesta? Vamos a ver qué tiene adentro”.
Al abrir el cesto, comenzó a crecer y desenrollarse una cosita que estaba envuelta en un pañuelo: era una larga cuerda negra. Cuando la cuerda terminó de crecer, todo quedó a oscuras, como si fuera de noche. El muchacho rompió a llorar asustado y huyó por el monte sin saber adonde iba. Luego fue trasformándose en un búho para poder así estar en la noche.
En ese momento, El “Señor de la Oscura Noche” estaba en el palmar recogiendo palmas para su choza cuando de repente vio venir la oscuridad, y dijo al verla: “¡Caramba¡ Mi cuñado ha abierto la cesta que dejé para que la cuidara!”.
Alumbrándose con un manojo de hojas secas encendidas pudo salir del palmar y llegar al río. Cuando regresaba a su casa en la canoa, oyó música en un lugar cercano. Era una melodía de flautas y pitos acompañada de maracas de baile. Se acercó al lugar de la música y descubrió que ese lugar pertenecía al mago llamado: “Señor del Sol”, que tenía en la mano el extremo de una cuerda larga que llegaba desde el sol hasta su choza. Cuando el “Señor del Sol” quería que hubiese luz, solo tenía que tirar de la cuerda y aparecía el sol; pero no siempre podía llamar a la luz de esa manera, y ocurría que el sol permanecía oculto y era de noche. El “Señor de la Oscura Noche” se acercó al otro mago, el “Señor del Sol”, y le dijo: “Ya estoy fastidiado de tanta oscuridad. Te daré una mujer como esposa si logras que sea de día”.
Aceptada la petición del “Señor de la Oscura Noche”, el mago del Sol tiró de la cuerda y se hizo la luz; pero al pasar seis horas volvió a halar la cuerda y regresó la oscuridad.
Dijo entonces el “Señor de la Oscura Noche”: “Seis horas no son sino medio día. Te daré una nueva mujer para que vuelva a salir el sol por otras seis horas. Así tendremos doce horas de sol para hacer un día completo”.
El “Señor del Sol” aceptó la propuesta, pero ocurrió que el “Señor de la oscura Noche” no tenía otra mujer para cumplir su palabra.
“¿Qué haremos ahora?”, se preguntó el “Señor de la Oscura noche”. Y después de pensarlo cortó con un machete el tronco de un árbol y talló el cuerpo de una mujer muy hermosa.
La mujer tallada era de verdad muy hermosa y el “Señor del Sol” se enamoró de ella, pero como era de madera no pudo tomarla por esposa. Y se preguntaba cómo hacer para casarse con ella.
Pasó por el lugar un mono sabio y el “Señor del Sol” le dijo: “Mono sabio, haz que este palo de madera se convierta en mujer para casarme con ella”. No pudo el mono cumplir la petición porque no tenía poderes mágicos.
Llamó entonces el “Señor del Sol” al pájaro carpintero y le pidió lo mismo: que hiciese que la mujer de madera fuese mujer de verdad para casarse con ella.
El pájaro carpintero comenzó a dar picotazos en el tronco tallado y al llegar a cierto sitio del cuerpo de madera brotó un chorro de sangre. Con esa sangre se tiño la cabeza el pájaro carpintero. También el petirrojo tiño su pecho con la sangre que manaba del tronco, y vino el guacamayo e hizo lo mismo. Pronto notaron los pájaros que aquella sangre tenía la particularidad de cambiar de color, y todos los pájaros se teñían el cuerpo de muchos colores.
Al quedar el cuerpo de madera blanco, porque había perdido su sangre, vinieron las garzas y se pintaron de blanco, y otras aves también se tiñeron de blanco. Y por la virtud de aquella sangre de tener todos los matices del color, las cosas todas adquirieron colores diversos para adornar el mundo.
Como acto de gracia por haber brindado con su sangre los colores de la tierra, la mujer que había sido tallada en madera se hizo de carne y nueva sangre, y el “Señor del Sol” pudo casarse con ella.

ALEJO URDANETA, excelente cuentista, ensayista de primera línea, poeta, nació en Caracas en agosto de 1944. Abogado, estudió en la Universidad Central de Venezuela e hizo un post-grado en La Sorbona, en París, en Derecho Internacional y Mercantil.

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lunes, 3 de mayo de 2010

HISTORIA DE LA LITERATURA VENEZOLANA

Historia de la Literatura Venezolana

La Época Colonial

La primera referencia escrita que se posee con respecto a Venezuela es la relación del tercer viaje (1498) de Cristóbal Colón (c. 1451-1506), durante el cual descubrió Venezuela. En esa epístola (31 de agosto de 1498) se denomina a Venezuela como la "Tierra de gracia". Pero poco a poco aparecerán los escritores de literatura. Desde los días de la isla de Cubagua (1528) los encontramos. De ellos ha llegado el nombre y el poema de Jorge de Herrera y las vastísimas Elegías (1589) de Juan de Castellanos.

Durante los tres siglos coloniales la actividad literaria será constante, pero los textos que se conservan en la actualidad son escasos, debido a la tardía instalación de la imprenta en este país (1808), lo cual impidió a muchos escritores editar sus libros. Pese a ello, de 1723 es la Historia de José de Oviedo y Baños, la mayor obra literaria del barrocovenezolano; de las últimas décadas del siglo XVIII procede el Diario (1771-1792) de Francisco de Miranda, la mayor obra en prosa del periodo colonial.

De fines del mismo siglo es la obra poética de la primera mujer escritora del país de la que se tiene noticia: sor María de los Ángeles (1765-1818?), toda ella cruzada por un intenso sentimiento místico inspirado en santa Teresa de Jesús. Pese a que se puede nombrar a varios escritores de este periodo, los rasgos más notables de la cultura colonial hay que buscarlos más que en la literatura en las humanidades, en especial en el campo de la filosofía y de la oratoria sagrada y profana, en las intervenciones académicas y en el intento llevado a cabo por fray Juan Antonio Navarrete (1749-1814) en su Teatro enciclopédico.

Los primeros escritores venezolanos de la literatura colonial fueron los cronistas de Indias, entre ellos Juan de Castellanos, fray Pedro de Aguado y fray Pedro Simón. Podemos también mencionar a José Oviedo y Baños, quien residió en Caracas desde los 14 años de edad, como el primer escritor criollo. Oviedo y Baños con un estilo clásico y realista contaron la conquista y población de la Provincia de Venezuela.

Durante la revolución de la Independencia, Simón Bolívar también usó su pluma para defender y divulgar los principios republicanos, y a veces para expresar sus emociones y vivencias personales. Las creaciones literarias que marcarán pauta pertenecerán a los géneros de la prosa y la poesía de sabor neoclásico de Andrés Bello. A su lado, destaca la escritura genial de ruptura y parodia de Simón Rodríguez.

Neoclasicismo y Romanticismo

En los inicios de la era republicana figuran cuatro grandes nombres de las letras venezolanas: Andrés Bello, Fermín Toro, Rafael María Baralt y Juan Vicente González. El más destacado poeta, de clara autenticidad romántica, se llama Juan Antonio Pérez Bonalde.

Entre los costumbristas venezolanos están Daniel Mendoza, Francisco de Sales Pérez, Nicanor Bolet Peraza, Francisco Tosta García, Rafael Bolívar Alvarez, Rafael Bolívar Coronado y Miguel Mármol. Dos escritores de carácterseñalan la transición hacia nuevas posiciones intelectuales y creadoras: Cecilio Acosta y Arístides Rojas.


Positivismo, Modernismo y Literatura Venezolana

Fue después de 1880 cuando se perfiló en Venezuela un movimiento literario de más ambiciosa inspiración. En el género narrativo, el descubrimiento del naturalismo inspiró a Tomás Michelena una novela: Débora (1884) y a Manuel Vicente Romero García, su obra Peonía (1890), primera tentativa de novela criolla integral. Otros autores dentro de la tendencia serían Gonzalo Picón Febres (El sargento Felipe, 1899), y Miguel Eduardo Pardo (Todo un pueblo).

Manuel Díaz Rodríguez, prosista y narrador de refinado lenguaje, se destaca como la figura más importante que el modernismo produjo en Venezuela. Le suceden Luis Urbaneja Achepohl, Rufino Blanco Fombona, José Rafael Pocaterra, Teresa de la Parra y Rómulo Gallegos.

Con la obra portentosa de Rómulo Gallegos, donde se destaca la inmortal novela Doña Bárbara, culmina toda una etapa de la narrativa venezolana, aquella sometida a las influencias del nativismo, del costumbrismo, del realismo, del lirismo descriptivo que alcanza tonos épicos cuando contempla las luchas del hombre con la naturaleza.

Es importante mencionar a Arturo Uslar Pietri (Las lanzas Coloradas, 1931), quien se afirmó como la mayor promesa narrativa novelesca; a Enrique Bernardo Nuñez, a Julio Garmendia, a Antonio Arraiz, a Ramón Díaz Sánchez, a Guillermo Meneses, a Miguel Otero Silva. Del grupo "Contrapunto", entre 1946 y 1949, surgen narradores destacados (Andrés Mariño Palacio, Ramón González Paredes, Héctor Mujica y otros), dueños de una información literaria más actual que los anteriores, y cuyas creaciones pretenden liberar la narrativa de los resabios del costumbrismo, del criollismo, de la temática rural, del mensaje edificante, del modo de contar lineal. Más tarde, aparece Salvador Garmendia, quien desarrolla su temática hasta consecuencias de hiperrealismo anonadante, y aborda otros espacios, entre ellos el fantástico.

También se destaca la narrativa paródica y densa de Luis Britto García, pasando por la importante obra de José Balza, un experimentador incansable, y por la de Oswaldo Trejo, atrevidamente textual. Se impone citar a Humberto Rivas Mijares y a Gustavo Díaz Solis, a Pedro Berroeta, a Oscar Guaramato, a Antonio Márquez Salas, a Alfredo ArmasAlfonzo, Manuel Trujillo, Orlando Araujo y a Adriano González León, la gran promesa del grupo Sardio y de la generación de 1960.

También están presentes Argenis Rodríguez, José Vicente Abreu, Laura Antillano, Francisco Massiani, Denzil Romero, Ednodio Quintero, Alberto Jiménez Ure, Gabriel Jiménez Emán, Armando José Sequera y Antonia Palacios, autora de la más importante obra narrativa de pluma femenina después de Teresa de la Parra.

La Poesía

A pesar de que la poesía venezolana tardó mucho en alcanzar la modernidad, un poeta que debe ser leído y valorado como el único gran poeta modernista que tuvo Venezuela, es Alfredo Arvelo Larriva, virtuoso de la rima y del soneto. Otros poetas dignos de ser recordados son Andrés Mata, Sergio Medina, Ismael Urdaneta y Andrés Eloy Blanco, el poeta más popular de Venezuela, situado entre lo tradicional y la vanguardia.

Vale mencionar también a Fernando Paz Castillo, a Luis Barrios Cruz, a Jacinto Fombona Pachano, a Rodolfo Moleiro, a Enrique Planchart, a Luisa del Valle Silva, a Enriqueta Arvelo Larriva, a Héctor Cuenca, a Julio Morales Lara y a Luis Enrique Mármol. Mención aparte merece José Antonio Ramos Sucre, maestro del poema en prosa, erudito, simbólico y misterioso.

Entre tanto, tanto los poetas de 1918 como Antonio Arraiz, cada cual por su lado, dieron al traste con las formas y el lenguaje poético atrapados en las lecciones de versificación y rimado. La vanguardia produce sólo dos poetas: Pablo Rojas Guardia y Luis Castro. A cierta distancia de estos poetas, despuntó en el movimiento vanguardista Carlos Augusto León.

El grupo Viernes, que se impuso entre 1938 y 1941, estuvo compuesto por Rafael Olivares Figueroa, Ángel Miguel Queremel, José Ramón Heredia, Luis Fernando Álvarez, Pablo Rojas Guardia, Pascual Venegas Filardo, Oscar Rojas Jiménez, Otto De Sola, y Vicente Gerbasi, aceptado hoy día como una de las voces líricas más intensas de Venezuela y de América. Entre los poetas que no siguieron las pautas viernistas destaca Juan Beroes, la figura que aupó el grupo "Suma", quien regresó a las formas poéticas clásicas y renacentistas. Luego surge Juan Liscano.

Dentro del contexto de "españolistas" hay que situar la obra de Ida Gramcko, Ana Enriqueta Terán y Luz Machado. Estas mujeres poetas ocupan un sitio de privilegio en las décadas de 1940 y 1950. En la actualidad destacan la poesía muy personal de Yolanda Pantin, Margara Russoto, Edda Armas, Cecilia Ortiz y Lourdes Sifontes.

José Ramón Medina es uno de los valores poéticos más firmes del posviernismo y el posespañolismo; sus compañeros Luis Pastori y Aquiles Nazoa no cambiaron los rasgos iniciales de su escritura neoclásica o neomodernista. Los poetas Dionisio Aymará y Carlos Gottberg, entre otros, se adentraron en la condición del hombre cotidiano.

De la llamada "Generación del Sesenta" surgen poetas excepcionales: Rafael Cadenas, Francisco Pérez Perdomo, Juan Calzadilla, Arnaldo Acosta Bello, Ramón Palomares, Caupolicán Ovalles, Hesnor Rivera. Entre este grupo de poetas y el pasado hay que situar a Juan Sánchez Peláez, cuya obra reducida pero de intensa virtud visionaria y metafórica, de desgarrones existenciales y lirismo atormentado, reconoce como fuente la generación del sesenta. La breve experiencia de la revista Cantaclaro (1950), reveló a tres poetas: Rafael José Muñoz, Jesús Sanoja Hernández y Miguel García Mackle. Alfredo Silva Estrada se concretó a crear una obra que se cuenta entre las más coherentes de la poética venezolana.

Otros poetas de ese período son Luis García Morales, Luis Guillermo Sucre, Víctor Salazar, Gustavo Pereira, Ludovico Silva, Ramón Querales, Luis Camilo Guevara, Víctor Valera Mora, Eleazar León, Elí Galindo y Julio Miranda. En Valencia, los poetas Eugenio Montejo, Alejandro Oliveros, Teófilo Tortolero, Reynaldo Pérez Só, en la revista Poesía de la Universidad de Carabobo, descartan las actitudes polémicas y crean un espacio propio.

El poema breve encuentra en Luis Alberto Crespo a un cultivador original. De la generación de los ochenta, se encuentran voces como Enrique Mujica, Miguel y Vasco Szinetar, Willian Osuna, Armando Rojas Guardia, Igor Barreto, Salvador Tenreiro, Alberto y Miguel Márquez, Alejandro Salas, Luis Pérez Oramas, Nelson Rivera y Armando Coll Martínez.

La poesía de la década de 1960 la dominan Eugenio Montejo y Luis Alberto Crespo; la de 1980, Yolanda Pantín y Rafael Arraíz Lucca (1959- ); la narrativa, figuras como José Balza, Francisco Massiani, Luis Britto García, Denzil Romero, Guillermo Morón, Gustavo Luis Carrera (1933- ), Ana Teresa Torres (1945- ), Laura Antillano (1950- ) y Stefanía Mosca (1957- ); el ensayo, Juan Carlos Santaella; y Víctor Bravo (1949- ) y Javier Lasarte (1955- ), la crítica literaria.


De la prosa y sus aplicaciones

El ensayo como subgénero vendría siendo una toma de conciencia de la propia escritura; desde este punto de vista Simón Rodríguez sería un ensayista. Ensayistas venezolanos de comienzos de siglo son Gonzalo Picón Febres, Luis López Méndez y Jesús Semprum.

Es importante la obra de Julio Planchart, Luis Correa, César Zumeta, José Gil Fortoul, Pedro Emilio Coll y Arturo Uslar Pietri, quien ha cultivado esporádicamente el ensayo literario. La enseñanza, la bibliografía, la compilación, la investigación deben mucho a humanistas extranjeros nacionalizados o integrados a la vida del país hace años, como Pedro Grases, Manuel Pérez Vila, Segundo Serrano Poncela, Juan David García Bacca, y otros muchos fallecidos, como Federico Riu, Agustín Millares Carlo, Edoardo Crema, Juan Nuño y Ángel Rosenblat.

Igualmente, sobresalen los trabajos de Eduardo Arroyo Lameda, Mario Briceño Iragorry, Laureano Vallenilla Lanz, Pedro Manuel Arcaya y Augusto Mijares. Entre los escritores de los sesenta sobresalen José Francisco Sucre y Ludovico Silva. Guillermo Sucre y Francisco Rivera pueden ser distinguidos como los mejores ensayistas actuales sobre literatura.

LA INDEPENDENCIA

La literatura hispanoamericana se hizo autónoma de la española durante este periodo (1823) gracias a los trabajos de Andrés Bello, porque él lo llenó todo con su obra intelectual, la cual traza el sendero que iba a recorrer esta literatura naciente y emancipada. Sin embargo, durante la etapa bélica (1810-1826) predomina la literatura de orientación política, cuya gran figura para Venezuela, sin duda alguna, fue Simón Bolívar, quien, además de ser el Libertador de Venezuela, fue también un escritor epistolar, orador, periodista y orientador de lo que sería la independencia.

Textos suyos como La carta de Jamaica (1815), un ensayo vertido dentro de la forma epistolar, o el Discurso de Angostura (1819), composición ensayista para ser leída en voz alta, están considerados entre sus textos más significativos. Poetas menores concibieron obras de combate, o canciones patrióticas, que los compositores musicaron y llenan la atmósfera de aquel periodo de emergencia.

ROMANTICISMO

Será dentro del romanticismo cuando la literatura venezolana logre sus primeras obras significativas. En poesía brillan los nombres de José Antonio Maitín, el primer poeta romántico, y Antonio Pérez Bonalde (1846-1892), quien logra una plena expresión romántica, convirtiéndose así en el escritor mayor de esa escuela. En prosa, la novela da sus primeros pasos, pero no logrará desarrollarse hasta finales de siglo, pese a que la primera publicada, Los mártires (1842) de Fermín Toro, sea una obra de los años cuarenta.

Al mismo tiempo la literatura vive el periodo costumbrista, que será el puente que conduzca a la expresión nacional en la novela, cosa que se encuentra en Zárate (1882), de Eduardo Blanco (1838-1912); en Peonía (1890), de Manuel Vicente Romero García —obra considerada el símbolo por excelencia del criollismo venezolano—, y en Todo un pueblo (1899), de Miguel Eduardo Pardo. En prosa crítica, durante este periodo, hay que citar a los grandes humanistas de la República; la mayor parte de ellos fueron además de ensayistas penetrantes críticos literarios. Los nombres de Fermín Toro, Cecilio Acosta, Juan Vicente González y Amenodoro Urdaneta (1829-1905), crítico literario, autor de Cervantes y la crítica (1877), son esenciales en este momento.

MODERNISMO

Durante el modernismo hispanoamericano (1882-1916), desde la publicación del Ismaelillo (1882) de José Julián Martí hasta la muerte de Rubén Darío (1867-1916), Venezuela aportó su contribución. Y lo hizo más por el camino de la prosa que de la poesía. De ahí que haya que comenzar citando al gran maestro de la prosa modernista, Manuel Díaz Rodríguez: novelista, cuentista, orador, ensayista, crítico, gran esteta de la palabra de todo el continente; no se podría dejar de mencionar a Pedro Emilio Coll, ensayista, pensador, cuentista, o al gran satírico de la novela: Rufino Blanco Fombona (1874-1944), polígrafo de esa generación.

Durante el proceso del modernismo se hicieron presentes tanto el positivismo como el criollismo. El primero dio ensayistas de la calidad de José Gil Fortoul o un crítico de la perspicacia de Luis López Méndez. Siguiendo las estéticas de su época compuso el mismo Gil Fortoul su novela Julián (1888). El criollismo se desarrolló en paralelo al modernismo. Su figura mayor es la del cuentista Luis Manuel Urbaneja Alchelpohl, considerado el padre del género en la literatura venezolana; en poesía la figura central del criollismo fue Francisco Lazo Martí, autor de la Silva criolla (1901). Los días finiseculares tuvieron en los críticos Julio Calcaño (1840-1918), Gonzalo Picón Febres (1860-1918) y Jesús Semprum sus mejores exponentes.

EL SIGLO XX

La primera generación literaria que se dio en el siglo XX fue la de "La alborada" (1909), y Rómulo Gallegos es su figura central. Coetáneo con ellos se desarrolló el trabajo novelístico de José Rafael Pocaterra (1889-1955), cuyas narraciones están más cercanas al naturalismo. Se le considera la figura esencial de la narración corta venezolana por sus Cuentos grotescos (1922); sus novelasVidas oscuras (1916) y La casa de los Abila (1946) se encuentran entre las mejores que escribió. Contemporánea suya fue Teresa de la Parra, quien noveló en sus dos únicos libros, Ifigenia (1924) y Memorias de Mamá Blanca (1929), el carácter marginal en que vivía la mujer venezolana y memoró el fin de un universo vivencial. Durante este mismo periodo, finales de la década de 1920, Rómulo Gallegos llevó a la madurez la novela venezolana a través de Doña Bárbara (1929), Cantaclaro (1934) y Canaima (1935).

La poesía del mismo periodo la encabezaron los miembros de la generación de 1918. Entre ellos se destacan las obras de Fernando Paz Castillo (1893-1981), José Ramos Sucre y Andrés Eloy Blanco. Como una isla quedó uno de los fundadores de la modernidad poética: Salustio González Rincones. Durante este periodo la mujer insurgió en el dominio de la literatura. La lección de Teresa de la Parra fue seguida por singulares poetas como Enriqueta Arvelo Larriva (1886-1963), Luisa del Valle Silva (1902-1962), Mercedes Bermúdez de Belloso (1915- ) y una pléyade de narradoras cuya principal figura es Antonia Palacios. Rafael Angarita Arvelo (1898-1971), sistematizador del sendero de la novela, y Julio Planchart (1885-1948) se contaron entre los más hondos intérpretes del fenómeno literario en esos días.

La vanguardia se impuso en Venezuela en torno a 1928 con la publicación del número uno y único de la revista Válvula. Pese a ello, ya Antonio Arraíz (1903-1962) había abierto el sendero con su poemario Áspero (1924). Miguel Otero Silva (1908-1985) y Pablo Rojas Guardia (1909-1978) se contaron entre sus poetas más influyentes.

En la ficción narrativa Julio Garmendia había abierto el sendero del tratamiento fantástico de la narración corta con La tienda de muñecos (1927). Al año siguiente Arturo Uslar Pietri ofreció otro modelo de renovación a través de Barrabás y otros relatos (1928) con el cual inició una de las obras centrales del cuento venezolano.

Poco después, Uslar Pietri enriqueció la novela con Las lanzas coloradas (1931). A él siguieron novelistas que dejaron su impronta en la narrativa mayor, como Enrique Bernardo Núñez con Cubagua (1931), Guillermo Meneses con El falso cuaderno de Narciso Espejo (1953), Miguel Otero Silva con Casas muertas (1954) o La piedra que era Cristo (1984) o Ramón Díaz Sánchez con Mene (1936) y Cumboto (1950). Durante este mismo periodo pudieron leerse los primeros ensayos de Mario Briceño Iragorry, Augusto Mijares, Mariano Picón Salas y del propio Uslar Pietri.

En 1936, terminada la dictadura (1908-1935) de Juan Vicente Gómez (1857-1935), se inició un nuevo periodo político en el país. Éste tuvo también su impronta literaria. Se expresó primero en el decir poético del grupo literario Viernes (1939), el cual trajo nuevos aires más contemporáneos a la poesía. Su figura central fue el poeta Vicente Gerbasi. No puede dejarse de señalar la significación que tuvo también el poeta Luis Fernando Álvarez. Críticos como el alemán Ulrich Leo (1890-1964) o el erudito español Pedro Grases (1909) se sumaron a la aventura de los viernistas. El primero propuso los puntos de vista críticos para interpretar la estética de Viernes.

Durante este mismo tiempo se hizo sentir el magisterio crítico del profesor Eduardo Crema (1892-1974) e inició su labor de intérprete de las letras venezolanas Luis Beltrán Guerrero. También a finales de la década de 1930 hizo su aparición el poeta y crítico Juan Liscano. Su obra poética es de las más singulares de la aventura creadora venezolana. Gran animador del debate cultural a partir de 1936, ha sido el poeta y comentarista Pascual Venegas Filardo (1911- ). El periodismo literario tuvo su gran iniciador en José Ratto Ciarlo (1904- ), creador en 1945 de la página de artede El Nacional.